En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

jueves, 18 de octubre de 2007

29 de Junio de 2007

Nos esperan más días fríos, quizás peor aún.

Nos amenaza una continua niebla apacible. Las duras madrugadas, de intensa helada, no apetecen ni al más rudo ni al más experimentado.

Abrí los ojos lentamente, rehusándome a querer seguir mirando la vida pasar. Ya era tarde, demasiado tarde, pero aún no lo sabía, solo contemplaba, por algunos instantes, el intenso frío que reinaba en mi habitación por esas horas. El sol parecía pleno en la calle, en ese poco tumultuoso pasillo que daba mi ventana. El color crema ocre que figuraba en las roídas cortinas, daba a entender que el día estaba en su plenitud, que contaba con un mediodía soleado pero frío, un clásico de invierno.

Busqué incesantemente mi reloj por los alrededores de mi cabeza, estirando el brazo por doquier para saber en que punto del día me encontraba. Sólo un pequeño murmullo se escuchó en el comedor: unos pasos, se abrió una puerta, la que daba al pasillo que conducían a los cuartos. Los pasos cruzaron por mi puerta sin frenar, sólo era el personaje que vivía conmigo que iba al baño.

Quedaba todavía una tarea totalmente dificultosa, vestirme, y con gran esfuerzo deslizarme la fría ropa sobre mi acalorado cuerpo, enlentecido por el gran letargo de la noche, del descanso. Todo debía cambiar. Ya estaba harto de esta vida conocida. Podía, en cualquier momento, anticipar mis próximos movimientos, que iba a comer, a quién iba a visitar, en qué y en quién iba a pensar; era patético.
Las noches en este pueblo no eran como antes; o quizás lo eran, pero mi empecinado espíritu las transformó; transformaron la noche. Hice lo nocturno y lo deshice.
Una vida nocturna no loca, no festiva, pero si bohemia, rebelde. Ahora sólo la noche significa hacer algo rápido para poder encontrar a Morfeo, que el sueño me encuentre.
Esa mañana, o mejor dicho, esa temprana tarde, en la cual me levanté cansado, en silencio, sin pausas para no congelarme, se dirigía a mi con un solo pensamiento: ”No tengo pan para desayunar”. El frío era extenuante en el cuarto, el pasillo y en el baño me peinaba toscamente y me cepillaba los dientes con un agua helada que lentamente se entibiaba. Me miré al espejo sin los anteojos, con el cepillo intentando moldear mi marañoso cabello; intentando enfocar me dije: “Estoy viejo”.
Hace años que estoy aquí en Oro Verde. A veces me pregunto, con temor, cuanto tiempo más estaré en esta facultad, con esa tortura lenta y agobiante, con esa angustia latente que perdura, que hiere, poco a poco. Tengo miedo de terminar muriendo acá, en Oro Verde, pueblo blanco que se olvidó de soñar.

Me acuesto y me levanto siempre con una renovada consigna para el día: “Tengo que largar el pucho”. Pero en el mismo momento que la centella de ese pensamiento se enciende, se enciende en mí el pánico por la abstinencia. Es otro tipo de tortura, mucho más pecaminosa y triste que la anterior.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Viaje a Fidanza

Viaje a Fidanza.

Fidanza, fósil anecdótico del lóbrego pasado de nuestro país, recuerdo tortuoso, imagen de una sociedad ignorante y discriminadora que aún persiste. El ex leprosario de Fidanza, ubicado en las íntimas entrañas del campo, en un rincón oscuro del infinito verde que inunda los alrededores del río Paraná; escenario negro para los portadores de este mal bíblico. Hoy, Fidanza se ha convertido en un no pensado geriátrico. Se han abierto las celdas de esa cárcel pandémica. Se ha convertido en un sanatorio público. El mal se ha ido pero las heridas quedan.


La mañana gris. La intensa lluvia, a veces con su brisa cálida, a veces con su brisa fresca, nublándonos el horizonte, nos daba la bienvenida a Fidanza: antiguo Leprosario y ahora convertido en Geriátrico. Ubicado a unos kilómetros del pueblo “Aldea Brasilera”.El ex leprosario se funde solitario entre las vastas hectáreas de campo y más campo fértil. Antigua ciudadela autónoma, de una infraestructura razonada para ser el subsuelo de una sociedad ignorante. Escondite obligado para los portadores de la Lepra para que el país no sienta una febril culpa de su propia razón discriminadora. No muchos años han pasado de esta barbarie colectiva.


Después de abiertas sus puertas, después de terminado el calvario para los pacientes de Hansen, después de convertirse en un bien para la sociedad y convertirse en un servicio para el pueblo, Fidanza no ha dejado de ser un patrimonio de la discriminación. Ya no más por la ingenuidad de la gente, sino por otro poder: el poder monetario del Gobierno. Una discriminación que sufren muchísimos en este país: la discriminación económica.

Fidanza, actualmente, podría considerarse un ejemplo atípico en nuestra región. Una demostración tenue, que se pierde en nuestras mentes, del compañerismo y de la buena voluntad del pueblo entrerriano, pueblo afectivo y servicial desde su concepción, reflejado en hombres y mujeres que, día a día, luchan por una mejora económica sin perder el rumbo de su necesaria vocación.

Crítica de la Bahia


Quisiera aclarar de antemano el por qué de escribir sobre la Bahía. He vivido en Salvador Bahía Brasil casi dos años más las reiteradas visitas en las vacaciones ya estando aquí en Argentina. Terminé mis estudios secundarios allá, viajamos con toda mi familia. Ciudad maravillosa, encantadora, místicas por sus raíces. Ciudad de religiones, de la macumba y el candomblé; Bahía de todos los santos. Ciudad negra, ciudad bella. Ciudad alta, ciudad baja. Envuelta en un velo de playas, de sol, de carnaval. Engendra una filosofía de vida diferente, una vida dedicada al culto del cuerpo, al placer, a la naturaleza.
La experiencia de conocer otra realidad, me ha dejado implícito un par de razonamientos meditados que me llevan a volcarlos a la luz. Quizás lo escrito sea una mera impresión de lo superficial, pero no quita lo asombroso que puede significar todo el misterio de la Bahía que impresiona hasta el más despistado de los viajantes.



Lo paradójico, lo que a simple vista parece de una extrañeza agradable, se aclara mientras uno más se adentra en las complejidades lóbregas de la sociedad de la Bahía. Una sociedad donde se engendra lo trágico de la discriminación aún en estos “tiempos modernos” donde la humanidad racional se enorgullece de su aparente libertad, de su pluralidad. Parece curioso y hasta gracioso el hecho latente que personajes como Jorge Amado puedan escribir de forma tan exacta, tan extensa y de una libertad literaria consensuada la realidad intrínseca de los suburbios de la Bahía. Con novelas como Jubiaba, como Sudor y con muchas otras reconocidas mundialmente, Amado expresa lo más íntimo y pérfido de la relación de la pobreza con la raza negra en el nordeste brasilero. Jorge Amado, blanco, pequeño burgués en su concepción, entusiasta de la bohemia bahiana, ser cultivado en las luces de la Bahia, oscuro y amado ¿Cómo llega ha poder reflejar con tanta claridad cínica una ciudad oculta, una ciudad negra en los arrabales?¿Cómo llega a adentrarse en su cultura, en sus costumbres, en sus dioses, en sus orixas?

La distinción racial aún persiste desde los primordios de la colonia, aún está arraigada al seno más oculto de la gente. El concepto de “Blanco” y “Negro” no es simplemente una distinción un poco antigua de los conceptos de raza. Es un todo totalizador que esta clavado por esas latitudes que todavía gobierna una filosofía de vida. La relación Blanco-Negro es una relación Amo-Esclavo, Opresor-Oprimidos, Ricos-Pobres.
Parece como si la persona de color estuviera en un rango de intelectualidad menor, que sólo se debe dedicar a lo festivo y dionisiaco. Es, quizás, y acá me arriesgo, que los blancos (escribo de esta forma por una simple pulsión de dejar en claro mi propósito: remarcar a las claras la gran discriminación racial que aún persiste) tienen el derecho de escribir sobre todo, hasta de la vida de los negros.
Otro ejemplo contundente a mis ideas es Daniela Mercuri, cantante de renombre internacional, una mujer dedicada entera a la música Axe. Una cantante, que desde muy pequeña practicaba valet, formada en la alta aristocracia racial de la Bahia, ahora convertida en el símbolo de la música negra, que hasta llegó a decir, en no sé que estado de conciencia, que ella hubiera querido nacer negra. Es curiosa la frase ya que en la Bahia el peor estrato social lo tienen los negros, que son pobres y para colmo la mujer negra siempre tan mal tratada. Mujer negra que ocupa además los más bajos puestos de trabajos, como empleadas domésticas, como sirvientas, llevadas casi siempre a la prostitución.
Que quede bien en claro que no desdeño a las personas que retoman temas de otras culturas y lo traducen al mundo de las letras o de la música, lo paradójico es que es muy raro ver a un negro escribiendo sobre las vidas cómodas y plácidas de los blancos fazendeiros.