En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

viernes, 12 de diciembre de 2008

11 de Diciembre del 2008

Ya estoy mudado. En nueva casa; muy confortable, muy a gusto. La mudanza la hicimos en un día. Junté mis bártulos y me vine; el tiempo apremia y no estaba para rodeos. Uno ve en estos grandes cambios, en estas revueltas de lo monótono, los bueyes con los que ara la tierra. La tierra que es la vida misma. Recién hoy tuve un mínimo tiempo para pensar en lo ocurrido; la reflexión vino después.
Como dije, el tiempo no abunda en esta época del año; las negras agujas del reloj de pared me parecen enfurecidas.
Me preparo para la semana entrante, la anteúltima de este año que se apaga, que se diluye completamente; tengo un examen y la difícil odisea de recorrer la mitad de un país en colectivo junto a mi viejo y mi hermana. Nadie le quita lo divertido.

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