En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

martes, 9 de diciembre de 2008

Sobre "La Ciudad y los Perros"



Después de una estadía tortuosa entre mis manos, entre idas y vueltas, alternándome, primeramente, entre las exóticas ecuaciones que gobiernan los modelos de los continuos, y luego volcándome al ejercicio de la memoria de unas demacradas fotocopias de conceptos Patológicos, he leído con fascinación la primera novela de Vargas Llosa, un gran novelista peruano de la ciudad de Arequipa; un latinoamericano esculpido con los cinceles existenciales de los sartreanos años sesenta.
Si bien conozco demasiado poco sobre Vargas Llosa y menos aún sobre Perú, no estuve lejos de comprender la brutalidad con que los colegios militares educan y forman a los alumnos. Hoy en día, el tema de los militares está muy diluido, muy apagado (que me parece bien, aunque no hay que entrar en olvido sobre décadas anteriores). En los años en que Vargas Llosa se formaba como persona, toda Latinoamérica estaba sumergida en el mar del autoritarismo y anti-comunismo extremo para llevar a cabo las políticas neoliberales que caían fuertes del Norte; la novela ha querido mostrar parte de ese mar revuelto.
He encontrado, husmeando un poco por internet, un breve análisis sobre la obra “La ciudad y los perros” que quiero compartir. Creo que manifiesta bien lo que Vargas Llosa nos ha querido insinuar.

“Pero, ¿quién mató al Esclavo? El Jaguar negó en un primer momento siquiera saber que fue Arana quien acusó a Cava, aunque luego como palanca para recobrar la atención y el reconocimiento de sus condiscípulos llegó a autoincriminarse. Más, no es contundente la evidencia contra él.
El Poeta, acaso, que tenía motivos para deshacerse de su compañero por una rivalidad amorosa, podría ser el asesino oculto. Nada, sin embargo, apunta claramente hacía él.

Pero sí había un culpable evidente, aunque agazapado entre la hierba, y ese era el cadete Vargas Llosa, que en la novela se desdobla entre el Esclavo y el Poeta. Él era el único con motivos para matar al Esclavo, esa parte de él, sumisa y cobarde, que el escritor quiso eliminar de sus atribulados recuerdos. Toda obra literaria sirve para exorcizar demonios, expiar culpas y superar traumas. Sí, Mario Vargas Llosa mató al Esclavo.”

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