
Después de una estadía tortuosa entre mis manos, entre idas y vueltas, alternándome, primeramente, entre las exóticas ecuaciones que gobiernan los modelos de los continuos, y luego volcándome al ejercicio de la memoria de unas demacradas fotocopias de conceptos Patológicos, he leído con fascinación la primera novela de Vargas Llosa, un gran novelista peruano de la ciudad de Arequipa; un latinoamericano esculpido con los cinceles existenciales de los sartreanos años sesenta.
Si bien conozco demasiado poco sobre Vargas Llosa y menos aún sobre Perú, no estuve lejos de comprender la brutalidad con que los colegios militares educan y forman a los alumnos. Hoy en día, el tema de los militares está muy diluido, muy apagado (que me parece bien, aunque no hay que entrar en olvido sobre décadas anteriores). En los años en que Vargas Llosa se formaba como persona, toda Latinoamérica estaba sumergida en el mar del autoritarismo y anti-comunismo extremo para llevar a cabo las políticas neoliberales que caían fuertes del Norte; la novela ha querido mostrar parte de ese mar revuelto.
He encontrado, husmeando un poco por internet, un breve análisis sobre la obra “La ciudad y los perros” que quiero compartir. Creo que manifiesta bien lo que Vargas Llosa nos ha querido insinuar.
“Pero, ¿quién mató al Esclavo? El Jaguar negó en un primer momento siquiera saber que fue Arana quien acusó a Cava, aunque luego como palanca para recobrar la atención y el reconocimiento de sus condiscípulos llegó a autoincriminarse. Más, no es contundente la evidencia contra él.
El Poeta, acaso, que tenía motivos para deshacerse de su compañero por una rivalidad amorosa, podría ser el asesino oculto. Nada, sin embargo, apunta claramente hacía él.
Pero sí había un culpable evidente, aunque agazapado entre la hierba, y ese era el cadete Vargas Llosa, que en la novela se desdobla entre el Esclavo y el Poeta. Él era el único con motivos para matar al Esclavo, esa parte de él, sumisa y cobarde, que el escritor quiso eliminar de sus atribulados recuerdos. Toda obra literaria sirve para exorcizar demonios, expiar culpas y superar traumas. Sí, Mario Vargas Llosa mató al Esclavo.”
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