En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

miércoles, 24 de marzo de 2010


30.000 desaparecidos.

¿Por qué llegó a tanto la imposibilidad de escuchar al otro?

jueves, 11 de marzo de 2010

Lost...


La lluvia caía a raudales. La espesa jungla se interponía en su camino. Sus movimientos eran torpes a causa de los charcos profundos y los arbustos espinosos. El ruido de la lluvia cayendo sobre toda la selva era ensordecedor, pero Jack conseguía distinguir voces y ecos lejanos provenientes de la cima de la montaña. La visión era borrosa, gris a lo lejos; la cima estaba atenuada, un vapor lo rodeaba todo. Las voces se amplificaban más mientras Jack trepaba dificultosamente por las lianas y el espeso barro, pero no lograba comprender lo que decían. Los murmullos parecían de una lengua de origen latín; no eran sonidos fuertes como las lenguas germánicas, sino más bien suaves y armoniosas. Jack pensó por un momento en el idioma francés que poco había escuchado en su vida. Después de una hora de ir bordeando la cima, siguiendo un tramo sinuoso rumbo a lo alto de la montaña, la lluvia paró. Las nubes poco a poco se fueron marchando y la vista fue clara. Con la retirada del apabullante sonido de la fuerte lluvia se marcharon también las voces y murmullos suaves que lo atraían. Llegado a lo más alto, Jack consiguió visualizar el horizonte; el ocaso llegaba a su punto culmen y un sol naranja se fundía en el infinito mar. Las primeras estrellas se asomaban vagas y difusas. Las nubes negras se dispersaban a lo lejos y una brisa fresca aprimoraba una noche más en la jungla. Jack comprendió que los sonidos de la naturaleza a veces pueden llevar una mala pasada. Estaba mojado, solo, lejos de todo y sin comida. No sabía si habría vuelta.

Sábado por la mañana

P. se levanta muy temprano un sábado a la mañana. Prepara su café; es el único despierto en la casa, su mujer y sus hijos duermen todavía. Se acerca al ventanal del comedor con su taza caliente emanando un aroma que por momentos lo transporta a su querido Brasil. Las cortinas están corridas. Observa hacia el horizonte sin conseguir distinguirlo; la niebla lo cubre todo. A lo lejos la pradera se empapa de una manta grisácea; y P. piensa en sus antepasados, aquellos guerreros croatas, perros de los Balcanes, mercenarios por naturaleza. Los imagina surcando la niebla de la mañana buscando un sendero entre la cordillera de los Cárpatos, en las tierras Transilvánicas, en lo más Este de la Europa medieval, donde quedaban las últimas fortalezas católicas frente al avance otomano. Se siente uno de ellos, la sangre guerrera y noble corre por sus venas; los ojos claros, una barba roída y la tez blanca lo identifican. Una mueca burlona nace entre sus labios: es hora de ir a dar clases.