En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Sobre el día de la Soberanía

Con la historia está sucediendo algo muy parecido a lo que se viene discutiendo en nuestro país con el periodismo. El historiador Luis Alberto Romero ha dicho que este “revival” de la Vuelta de Obligado abreva en un nacionalismo patológico que hace emerger al enano nacionalista que la sociedad argentina tiene muy arraigado. Por ello recuerda que para los historiadores profesionales la nacionalidad es una construcción social y no una esencia.

Eric Hobsbawm observó que la idea de nación reconoce tres etapas conceptuales muy diferentes: la primera ligada a la Revolución Francesa homologa nación con pueblo y tiene un carácter profundamente inclusivo. Todo el pueblo es la nación, el enemigo era la aristocracia. La segunda concepción es la que asociamos con las corrientes de derecha. El nacionalismo en este caso es excluyente. Enfrenta a las naciones, habla de superiores e inferiores, se desliza con facilidad al fascismo. El tercer nacionalismo posible es el que enfrenta a las naciones sometidas con sus metrópolis, es lo que se ha dado en llamar antiimperialismo y resalta los valores nacionales y la soberanía como impulso a la libertad a la autodeterminación de los pueblos. Por eso reivindicar en la historia aquellos momentos en los que se enfrentó a los imperios no es despertar al enano nacionalista sino muy por el contrario recordar que si bien es cierto que la nación no es una esencia, sino que es algo que se construye, está muy claro que esa construcción está jalonada de atrevimientos como el del 1845 y de derrotas que se convierten en victorias. En los días que corren es bueno tenerlo presente.

*Por Sergio Wischñevsky Historiador, UBA.

sábado, 13 de noviembre de 2010

...lo que existe es el terror

Hay una anécdota muy bonita de Julio Cortazar, que retrata muy bien el tema del terror entre las personas. Cuando Cortazar era joven, junto con un grupo de amigos decidieron hacer un experimento. Viajaron al interior y en la noche, en una fogata, junto con un grupo de gauchos, estos jóvenes comenzaron a contar historias. Los amigos contaron historias de la marginación del proletariado, historias de personas como ellos, como los gauchos, de la lucha de clases y todas esas cosas del comunismo. Los paisanos escucharon muy atentos. Cuando le tocó el momento a Cortazar conto este cuento, que se llama “La pata de mono”:

En Inglaterra, un niño que trabajaba día y noche en una fábrica, en una de esas fábricas de la revolución industrial, junto con la explotación y todas esas cosas del capitalismo primitivo. El chico llega a su casa y le dice al padre que había conseguido la pata de mono, que le dice que es mágica, que solo hay que perdile el deseo y la pata lo cumple. Cuando el chico va a trabajar, los padres le piden un deseo a la pata de mono, le piden 1000 libras, ¿no? Apenas terminan de pedir el deseo, golpean la puerta. El padre la abre, y aperece un tipo de la fábrica que le dice que su hijo había muerto en un accidente con unas máquinas, que la empresa le iba a abonar 1000 libras por lo sucedido. El padre, muy triste, le pide a la pata de mono para que regrese a su hijo, y después de pedir el deseo golpean la puerta, y el padre se da cuenta, que si abre la puerta seguro se encontrará con su hijo de regreso, pero todo destrozado, entonces antes de abrir, le pide a la pata de mono que no regrese, que su hijo no regrese. Cuando abre la puerta, del otro lado, no había nada. Ese era el cuento.

Después de este cuento, los paisanos se pasaron toda la noche contando historias de fantasmas, espiritus, y todo aquello.

Julio Cortazar se dio cuenta que entre las personas lo que existe es el terror.

Escrito por J.P.Feinmann

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¿Es la tendencia del neoliberalismo capitalista, en el que todo es mercancía, en donde lo importante es la colonización del sujeto, que en los tiempos que corren tan velozmente se prefiera decir, por ejemplo, "afrodescendiente" a decir "negro", a "trabajadora del sexo" a decir "prostituta", "barrios marginados" a "villa", "persona de bajo recurso" a "pobre",etc?¿Por qué esa suavización del lenguaje cuando estamos viviendo en una sociedad donde cada vez se marginaliza más, se desprecia al otro, se discrimina más, se excluye más?¿Por qué no decimos las cosas por su nombre?¿Por qué nos da tanto pudor nombrarlas? Se llame como se llame, la situación padecida es la misma. El dolor es el mismo. El grado de miseria es el mismo. No existen términos elegantes o políticamente correctos para alguien que tiene que comercializar con su cuerpo, pero aún así... ¿Por qué nos acostumbran a nombrarlo distinto?¿Qué problema conlleva para el poder que nos coloniza las mentes que nosotros llamemos a las cosas más directamente? Siempre hay algo detrás. Dijo Sartre: No nos convertiremos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Epicuro


En su jardín de Atenas, Epicuro hablaba contra los miedos. Contra el miedo a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso. Es pura vanidad, decía, creer que los dioses se ocupan de nosotros. Desde su inmortalidad, desde su perfección, ellos no nos otorgan premios ni castigos. Los dioses no son temibles porque nosotros, efímeros, mal hechos, no merecemos nada más que su indiferencia. Tampoco la muerte es temible, decía. Mientras nosotros somos, ella no es; y cuando ella es, nosotros dejamos de ser. ¿Miedo al dolor? Es el miedo al dolor el que más duele, pero nada hay más placentero que el placer cuando el dolor se va. ¿Y el miedo al fracaso? ¿Qué fracaso? Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco, pero ¿qué gloria podría compararse al goce de charlar con los amigos en una tarde de sol? ¿Qué poder puede tanto como la necesidad que nos empuja a amar, a comer, a beber? Hagamos dichosa, proponía Epicuro, la inevitable mortalidad de la vida.

Espejos - Eduardo Galeano