En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Los días Pre-final

Los días pre-final son tan vacíos, tan faltos de gracia; me producen una extraña angustia que se me interna a la altura de la boca del estómago. Es una sensación rara. Una etapa obligada, como un purgatorio, preparatoria para un evento de gran nerviosismo. Todo final es una metamorfosis, y toda metamorfosis conlleva un momento previo de gran dolor, de cambios, de preparación; así es esta época. Gran expectativa. Pensar que dentro de unos pocos días todo esto se habrá atenuado como esas heridas que dejan de supurar. Se cicatrizará en lo más profundo de mis entrañas, y sólo quedará el número que me dejará o no seguir el borroso sendero trazado entre medio de la tupida maleza.

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