En una época no muy lejana (no soy tan viejo como para que algunas cosas me parezcan lejanas) la frase “Noches de Bohemia” simbolizaba mi estado con la vida, la manera de afrontarla. La Noche era el refugio, era mi refugio y el de tantos otros que, como yo, la noche, la oscura noche, la solitaria noche, era el mejor reflejo del alma. Fueron, quizás, momentos negros donde no se distinguía bien el sinuoso camino por recorrer; camino aquel que todavía no sé si es el correcto, pero al fin, es un camino.

Bohemia es una palabra que tiene muchísimos significados de los cuales me identifico con poquísimos. Bohemia es más que nada la sustancia; toda noche consiste en algo.

Como un mal hábito, como esos vicios de temprana edad, de esos que son difíciles de deshacerse, vengo arrastrando, en pesada carga, esta frase “Noches de Bohemia” como un distintivo que me pertenece, que me es propio, pero a la vez, remoto, incierto y miserable.

domingo, 11 de noviembre de 2007

“ …Veredas que quién sabe a donde llevan y que parecen los senderos que llevan al mismísimo valle de la muerte. Camino rumbo al mar, por la Ameghino, sabiendo que mi destino me espera allá abajo, en la avenida Ducos, donde hasta los más rudos ni siquiera pestañean a la hora justa de bordear la marejada. Desde aquí arriba puedo ver el inmenso negro, donde a lo lejos, el mar y el cielo se fusionan, se enamoran mutuamente y esperan juntos la llegada del amanecer, volviendo a sus arbitrarias condiciones físicas… ”

Baudelaire, en el Art Romantique, afirma que el arte puro es crear una sugestiva magia que involucra al artista y al mundo que lo rodea. Agregando: “Prestamos al árbol nuestras pasiones, nuestros deseos o nuestra melancolía; sus gemidos y sus cabeceos son los nuestros y bien pronto somos el árbol.

Asimismo, el pájaro que planea en el cielo representa de inmediato nuestro inmortal anhelo de planear por encima de las cosas humanas; ya somos el pájaro”.

Viaje por la línea 5

Bien acurrucado sobre el asiento, contrayendo fuertemente los dedos de los pies para poder calentarlos dentro de aquella zapatilla de goma totalmente helada, inerte, con las medias mojadas, por toda la transpiración del curso del día, que no podían aislar el poco calor que le entregaba la carne; Ese frío en los pies que lo inundaba desde abajo, recorriéndole las piernas, llegándole hasta sus más íntimas ideas, lo acomplejaba sin dejarlo tranquilo. Sus manos en los bolsillos se agarraban fuertemente a la tela de la campera, para impedir que el poco calor que emanaban las puntas de sus dedos helados se esfume en el fresco ambiente del colectivo.

G. hacía ya diez minutos que estaba arriba del colectivo casi desierto, sentado en el último asiento, detrás de la salida. Estaba encorvado hacía su interior, como protegiéndose de alguna golpiza, cuidando que sus reflexiones, las meditaciones de los eventos del día, de la ENET, de su futuro, no se les perdiera por aquel pasillo mal iluminado, bien ancho y largo, que terminaba en el chofer. Pasillo que representaba el largo de su angustia y desesperación.

Había terminado la jornada de clase, la jornada del día para toda la ciudad. Era casi como las nueve de la noche, a mediados del mes de Abril. Era el mes donde la ciudad tomaba un color distinto, había pasado ya el poco calor que entregaba el verano, y empezaba tempranamente el otoño. Las noches se hacían eternas, y el frío comenzaba a ser demoledor. Las personas sufrían como una metamorfosis: Con la tardía primavera que comenzaba en Octubre, emergían como sapos en las noches de lluvia a la superficie, a olfatear a su alrededor, a observar con poca claridad el cielo, que seguía siendo gris, porque en Comodoro el cielo siempre era de un gris ocre, tan insulso, tan apagado, que solo el patético desierto lo aguantaba. La gente salía del exterior de sus cuevas para sentir el viento en sus rostros, para darse cuenta, por un simple instante, que existían, pero presos, sin vida, en un estado de trance. Con la llegada prematura del otoño, las personas retornaban a su estado de letargo, se encorvaban, involucionaban poco a poco en topos, en gente subterránea.

G. observaba, por la ventana repleta de tierra, la calle oscura, mal iluminada. Presentía que tanto él como toda la ciudad estaba mudando, pero no podía darse cuenta objetivamente. Estaba implícito en su mente el cambio, y era tan natural para él, que ninguna de sus reflexiones se basaba en este hecho.

El Colectivo de la Línea 5 bajaba por la calle Viamonte en dirección al mar; en dirección a ese abismo oscuro y misterioso que era el mar cuando la noche caía sobre la ciudad. Era la unión eterna y efímera entre el inmenso mar y el infinito cielo nocturno, convirtiendo a la ciudad en un pequeño cúmulo de luces inmersa en una oscuridad vacía, solitaria y perpetua. Los pequeños frenos en las paradas despertaban a G. de su letargo, volviendo a su mundo real.

Sobre mi pueblo



Comodoro Rivadavia tiene su nacimiento con el descubrimiento del petróleo a manos del General Mosconi, que simplemente buscaba agua en las muy profundidades de la tierra, allí, en lo más recóndito del suelo desértico que cubren estas tierras, que alguna vez, antes que la imponente cordillera surgiera de las entrañas de la tierra, eran tierras fértiles, de una humedad tremenda, donde nació la araucaria, y los grandes dinosaurios. Pero que lejos me estoy yendo en la línea de tiempo. Volviendo al amanecer del siglo XX, con el descubrimiento del petróleo, ese petróleo que movió todo el siglo, y que hasta ahora sigue movilizando, dándole su razón de ser, ese petróleo que tantas guerras causó, que tantas muertes provocó, tanto que contaminó y contamina nuestro planeta, que tanta fuente de trabajo dio también se puede decir; pero no le echemos culpa, ni cizañas, al viejo petróleo, la culpa no la tiene él, el hombre (o mejor podríamos decir, la ciencia, y con esto digo la conciencia, digo la razón, la razón positivista, iluminista, con el sujeto puesto en la centralidad, con la muerte de Dios) es el que con sus inventos, descubrimientos, su genialidad e imaginación, hizo de la humanidad dependiente del crudo néctar oscuro que emana de las profundidades de la tierra. En realidad no emana, el hombre tiene que ir a buscarlo, la tierra lo esconde, al petróleo, en lo más profundo de su ser, como ese algo tan preciado, ese legado prehistórico, ese valuarte del tiempo, que día a día va perdiendo, frente al saqueo del hombre, hombre pirata que nos legó Occidente (y con Occidente me refiero a Europa, porque América, y más precisamente Latinoamérica, pertenece a Occidente pero en la modalidad del saqueo, de la invasión, del repudio, del exterminio).
Comodoro Rivadavia ¿Alguien sabe por qué se llama Comodoro Rivadavia? Realmente conozco poco de este personaje, que quiero pensar, pertenece a nuestra historia, a la historia patagónica, y acá abro un umbral que es el río Colorado, que separa a nuestras tierras con la ciudad Puerto, porque quiero pensar que el “Comodoro” Rivadavia pertenece a la historia patagónica y no a la ciudad Puerto que vio en la Patagonia esa tierra inhóspita habitada por indígenas que la única razón de ser , la razón por la cual la Patagonia debía servir para la ciudad Puerto, era para el pastoreo, para los extensos territorios, para la ganadería extensiva.
Quiero dar un punto y aparte para decir que nuestra ciudad debería llamarse “El Chenque”, nombre mapuche o tehuelche, o las dos cosas (porque los mapuches conquistaron a los tehuelches, y con esto dejo en claro que nuestra tierra es una tierra de colonización, de recolonización y de infinitas “rerecolonizaciones”) que significa : “Cementerio de Indio”, y ese concepto es el que mejor le queda a este juntadero de angustias, a este cementerio de almas, porque, se me viene a la mente, la canción de Serrat, “Pueblo Blanco”, donde en el final de la canción, dice:
Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas
y atravezando lomas dejar mi pueblo atrás
juro por lo que fui que me iría de aquí.
Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.
Comodoro ya está dentro del huevo, de esa potencialidad que es el descubrimiento del petróleo, aquí, en el desierto. Comodoro está engendrado ya en la primera gota de crudo que surge y resurge hacia el exterior. Comodoro no es el mar, no es el Chenque, no es el viento, Comodoro es eso, la primera gota de crudo que Mosconi o quién lo haya visto, descubrió, lo palpó, lo manoseó, lo olió, sin saber, que era él quién daba a luz a lo más dramático que le puede ocurrir a este desierto: fundar una ciudad. Del petróleo surge YPF, de YPF surge un barrio, de una barrio surge una ciudad, una ciudad de agonías por ser una ciudad en el punto más remoto del desierto. Pero el hombre conquistador es así, se expande, con o sin sentido, pero se expande, coloniza.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

...que se vayan.

Ciertos personajes minúsculos incitan al quietismo, al más bajo individualismo, típico de su talla. Buscan las soluciones de sus problemas existenciales, que no son vastos, mirando hacia el Norte, esperando todo de ellos. Son personajes interesantes, husmeando siempre entre lo más vil, renunciando siempre a un mea culpa, gastando su saliva en loas de otras culturas que no conocen y que quizás no tolerarían. Gritan a los cuatro vientos que lo mejor es irse del país, sin saber que el país está devastado por culpa de gente como ellos… y yo espero, con impaciencia, que se vayan, que busquen su horizonte lejos y que no rompan más las bolas perjudicando a un pueblo gastado. Tenga cuidado! Estos pérfidos seres andan por doquier esparciendo sus malicias.

jueves, 18 de octubre de 2007

29 de Junio de 2007

Nos esperan más días fríos, quizás peor aún.

Nos amenaza una continua niebla apacible. Las duras madrugadas, de intensa helada, no apetecen ni al más rudo ni al más experimentado.

Abrí los ojos lentamente, rehusándome a querer seguir mirando la vida pasar. Ya era tarde, demasiado tarde, pero aún no lo sabía, solo contemplaba, por algunos instantes, el intenso frío que reinaba en mi habitación por esas horas. El sol parecía pleno en la calle, en ese poco tumultuoso pasillo que daba mi ventana. El color crema ocre que figuraba en las roídas cortinas, daba a entender que el día estaba en su plenitud, que contaba con un mediodía soleado pero frío, un clásico de invierno.

Busqué incesantemente mi reloj por los alrededores de mi cabeza, estirando el brazo por doquier para saber en que punto del día me encontraba. Sólo un pequeño murmullo se escuchó en el comedor: unos pasos, se abrió una puerta, la que daba al pasillo que conducían a los cuartos. Los pasos cruzaron por mi puerta sin frenar, sólo era el personaje que vivía conmigo que iba al baño.

Quedaba todavía una tarea totalmente dificultosa, vestirme, y con gran esfuerzo deslizarme la fría ropa sobre mi acalorado cuerpo, enlentecido por el gran letargo de la noche, del descanso. Todo debía cambiar. Ya estaba harto de esta vida conocida. Podía, en cualquier momento, anticipar mis próximos movimientos, que iba a comer, a quién iba a visitar, en qué y en quién iba a pensar; era patético.
Las noches en este pueblo no eran como antes; o quizás lo eran, pero mi empecinado espíritu las transformó; transformaron la noche. Hice lo nocturno y lo deshice.
Una vida nocturna no loca, no festiva, pero si bohemia, rebelde. Ahora sólo la noche significa hacer algo rápido para poder encontrar a Morfeo, que el sueño me encuentre.
Esa mañana, o mejor dicho, esa temprana tarde, en la cual me levanté cansado, en silencio, sin pausas para no congelarme, se dirigía a mi con un solo pensamiento: ”No tengo pan para desayunar”. El frío era extenuante en el cuarto, el pasillo y en el baño me peinaba toscamente y me cepillaba los dientes con un agua helada que lentamente se entibiaba. Me miré al espejo sin los anteojos, con el cepillo intentando moldear mi marañoso cabello; intentando enfocar me dije: “Estoy viejo”.
Hace años que estoy aquí en Oro Verde. A veces me pregunto, con temor, cuanto tiempo más estaré en esta facultad, con esa tortura lenta y agobiante, con esa angustia latente que perdura, que hiere, poco a poco. Tengo miedo de terminar muriendo acá, en Oro Verde, pueblo blanco que se olvidó de soñar.

Me acuesto y me levanto siempre con una renovada consigna para el día: “Tengo que largar el pucho”. Pero en el mismo momento que la centella de ese pensamiento se enciende, se enciende en mí el pánico por la abstinencia. Es otro tipo de tortura, mucho más pecaminosa y triste que la anterior.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Viaje a Fidanza

Viaje a Fidanza.

Fidanza, fósil anecdótico del lóbrego pasado de nuestro país, recuerdo tortuoso, imagen de una sociedad ignorante y discriminadora que aún persiste. El ex leprosario de Fidanza, ubicado en las íntimas entrañas del campo, en un rincón oscuro del infinito verde que inunda los alrededores del río Paraná; escenario negro para los portadores de este mal bíblico. Hoy, Fidanza se ha convertido en un no pensado geriátrico. Se han abierto las celdas de esa cárcel pandémica. Se ha convertido en un sanatorio público. El mal se ha ido pero las heridas quedan.


La mañana gris. La intensa lluvia, a veces con su brisa cálida, a veces con su brisa fresca, nublándonos el horizonte, nos daba la bienvenida a Fidanza: antiguo Leprosario y ahora convertido en Geriátrico. Ubicado a unos kilómetros del pueblo “Aldea Brasilera”.El ex leprosario se funde solitario entre las vastas hectáreas de campo y más campo fértil. Antigua ciudadela autónoma, de una infraestructura razonada para ser el subsuelo de una sociedad ignorante. Escondite obligado para los portadores de la Lepra para que el país no sienta una febril culpa de su propia razón discriminadora. No muchos años han pasado de esta barbarie colectiva.


Después de abiertas sus puertas, después de terminado el calvario para los pacientes de Hansen, después de convertirse en un bien para la sociedad y convertirse en un servicio para el pueblo, Fidanza no ha dejado de ser un patrimonio de la discriminación. Ya no más por la ingenuidad de la gente, sino por otro poder: el poder monetario del Gobierno. Una discriminación que sufren muchísimos en este país: la discriminación económica.

Fidanza, actualmente, podría considerarse un ejemplo atípico en nuestra región. Una demostración tenue, que se pierde en nuestras mentes, del compañerismo y de la buena voluntad del pueblo entrerriano, pueblo afectivo y servicial desde su concepción, reflejado en hombres y mujeres que, día a día, luchan por una mejora económica sin perder el rumbo de su necesaria vocación.

Crítica de la Bahia


Quisiera aclarar de antemano el por qué de escribir sobre la Bahía. He vivido en Salvador Bahía Brasil casi dos años más las reiteradas visitas en las vacaciones ya estando aquí en Argentina. Terminé mis estudios secundarios allá, viajamos con toda mi familia. Ciudad maravillosa, encantadora, místicas por sus raíces. Ciudad de religiones, de la macumba y el candomblé; Bahía de todos los santos. Ciudad negra, ciudad bella. Ciudad alta, ciudad baja. Envuelta en un velo de playas, de sol, de carnaval. Engendra una filosofía de vida diferente, una vida dedicada al culto del cuerpo, al placer, a la naturaleza.
La experiencia de conocer otra realidad, me ha dejado implícito un par de razonamientos meditados que me llevan a volcarlos a la luz. Quizás lo escrito sea una mera impresión de lo superficial, pero no quita lo asombroso que puede significar todo el misterio de la Bahía que impresiona hasta el más despistado de los viajantes.



Lo paradójico, lo que a simple vista parece de una extrañeza agradable, se aclara mientras uno más se adentra en las complejidades lóbregas de la sociedad de la Bahía. Una sociedad donde se engendra lo trágico de la discriminación aún en estos “tiempos modernos” donde la humanidad racional se enorgullece de su aparente libertad, de su pluralidad. Parece curioso y hasta gracioso el hecho latente que personajes como Jorge Amado puedan escribir de forma tan exacta, tan extensa y de una libertad literaria consensuada la realidad intrínseca de los suburbios de la Bahía. Con novelas como Jubiaba, como Sudor y con muchas otras reconocidas mundialmente, Amado expresa lo más íntimo y pérfido de la relación de la pobreza con la raza negra en el nordeste brasilero. Jorge Amado, blanco, pequeño burgués en su concepción, entusiasta de la bohemia bahiana, ser cultivado en las luces de la Bahia, oscuro y amado ¿Cómo llega ha poder reflejar con tanta claridad cínica una ciudad oculta, una ciudad negra en los arrabales?¿Cómo llega a adentrarse en su cultura, en sus costumbres, en sus dioses, en sus orixas?

La distinción racial aún persiste desde los primordios de la colonia, aún está arraigada al seno más oculto de la gente. El concepto de “Blanco” y “Negro” no es simplemente una distinción un poco antigua de los conceptos de raza. Es un todo totalizador que esta clavado por esas latitudes que todavía gobierna una filosofía de vida. La relación Blanco-Negro es una relación Amo-Esclavo, Opresor-Oprimidos, Ricos-Pobres.
Parece como si la persona de color estuviera en un rango de intelectualidad menor, que sólo se debe dedicar a lo festivo y dionisiaco. Es, quizás, y acá me arriesgo, que los blancos (escribo de esta forma por una simple pulsión de dejar en claro mi propósito: remarcar a las claras la gran discriminación racial que aún persiste) tienen el derecho de escribir sobre todo, hasta de la vida de los negros.
Otro ejemplo contundente a mis ideas es Daniela Mercuri, cantante de renombre internacional, una mujer dedicada entera a la música Axe. Una cantante, que desde muy pequeña practicaba valet, formada en la alta aristocracia racial de la Bahia, ahora convertida en el símbolo de la música negra, que hasta llegó a decir, en no sé que estado de conciencia, que ella hubiera querido nacer negra. Es curiosa la frase ya que en la Bahia el peor estrato social lo tienen los negros, que son pobres y para colmo la mujer negra siempre tan mal tratada. Mujer negra que ocupa además los más bajos puestos de trabajos, como empleadas domésticas, como sirvientas, llevadas casi siempre a la prostitución.
Que quede bien en claro que no desdeño a las personas que retoman temas de otras culturas y lo traducen al mundo de las letras o de la música, lo paradójico es que es muy raro ver a un negro escribiendo sobre las vidas cómodas y plácidas de los blancos fazendeiros.